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Le gustaba vivir, hasta ahora.
La mirada la tenía pedida, el aliento gastado y el perfume vencido, añejo. Una femme fatale que viajó casi cinco años seguidos; dejando a cambio de propinas sus huellas dactilares, saliva, fluidos y cabellos en mil almohadas y sábanas distintas.
Ese día la conoció... una flor que no se marchita nunca la envidiaría por la vida y alegría que ella desbordaba. Nuestra protagonista amó y odió todo de ese ser, pero su luz interior pudo encenderse también en su pecho.
Atracción fatal entre dos mundos desequilibrados.
P.